domingo, 25 de abril de 2010

La hoja dentro de su cuerpo


Siento el rasgado de la filipina al contacto con mi recién afilado cuchillo. Luego, el crujir de la piel de la espalda. Tiemblo al constatar que mis fantasías finalmente se concretan. El rojo comienza a teñir escandalosamente la tela blanca. No grita, apenas lanza un suspiro de incredulidad. No quiero ver su cara, sólo quiero trinchar su carne viva, oxigenada, en movimiento. 


Una ola de euforia me estremece, quiero cantar mientras siento como su vida se escapa
por la herida. Soy una vengadora de mujeres engañadas, de cocineros ilusos que pusieron sus esperanzas en él, de clientes estafados y yo, su empleada favorita, a quien utilizó, la que sabía más que él, le está dando su merecido. El instante en el cual toda la hoja del cuchillo habita dentro del su cuerpo, es para mí como un paroxismo orgásmico. 


No lucha, no se queja, sabe que soy yo quien le arrebata la vida, y sabe que es justo que lo haga. Asume su destino de asesinado con más decoro y silencio que sus desórdenes amorosos o sus desfalcos millonarios. 


Yo, mientras yace en el suelo de la cocina, me pregunto si durante el servicio abrirán la cava grande en la cual pretendo, desmembrado, congelar su cuerpo enorme hasta que decida en qué estofado y con cuales hierbas, cocinarlo para el almuerzo.

miércoles, 7 de abril de 2010

La Estación del Metro

Ejercicio narrativo in situ en el Taller de Narrativa Imago Mundi de Mharía Vázquez Benarroch que consistió en la elaboración de un relato en quince minutos con pautas designadas.



Usar el metro es una tragedia. Los torniquetes me llegan a la frente, cuando compro los tickets debo saltar para que el vendedor me vea, la gente me pisa en los vagones. Mientras las narices de la mayoría perciben perfumes o en el peor de los casos, alientos, yo debo lidiar con los pestilentes humores humanos que me recuerdan mi destino de célibe, de amorfo, de excepción de la regla.

Tomo el metro todos los días y a pesar de que conozca su dinámica bipolar, siempre espero que ocurra algo, algo que me conmueva: una mujer que me mire con dulzura y me invite a la fiesta de su cuerpo, un niño que me vea a los ojos y me sonría, una moneda en el suelo que me haga pensar en mi buena suerte; pero nada, no pasa nada.

Por eso he decidido tomar mi destino en mis manos, liberarme, hacer de mí un protagonista, un héroe, un caballero andante, gallardo y noble que mata dragones y monstruos, un superhombre que destruye todo lo malo del mundo y lo purifica. Por eso, justo cuando las luces del metro iluminan el túnel oscuro y anuncian su paso por el andén, justo en ese momento, me engrandezco en el gesto magnánimo de traspasar la raya amarilla y acabo, de una vez por todas, con la tragedia de ser un paladín encerrado en ciento diez centímetros de humanidad.